Antes de dejarles el pequeño fragmento de una historia que escribí hace tiempo, quería dejarles esta imagen de uno de mis escritores favoritos. Ojalá puedan apreciarla.
Nunca había sentido nada parecido. Ella sabía perfectamente
sobre la soledad, el resentimiento y el odio, pero desconocía totalmente la
sensación que le provocó el abrazo de Eric. La monotonía se había apoderado de
su corazón hace tiempo, empujándolo a una rutina que lo había dormido, dejándolo
solo con la tarea vital de bombear sangre, más no de sentir, hasta que este se
amoldó a su odio por Jayden y jamás se disolvió.
Y ahora, después de una década del hecho más relevante y
triste de su vida, parecía que dentro de su pecho algo se removía y acomodaba,
casi como renovándose. No sabía si habían sido sus brazos alrededor de su
ceñida espalda, sus manos acariciando su cabello o si había sido ese susurro
suave de un “te amo” tan cierto como el hecho de que respiraba. Sin embargo, no
evitaba sentirse incómoda sobre el hecho de volver a abrirse y permitir la
entrada de nuevos dolores y congojas que la harían llorar en la noche y
lamentarse toda su vida por haber entregado los míseros pedazos de alma
enmendada que le quedaban, a alguien que la haría prisionera del dolor.
Entonces, fue cuando una especie de interruptor hiciera
click en su mente, y los ojos se llenaron de lágrimas, abriendo paso al llanto.
La incomodidad se fue y pudo comprender algo en lo que jamás había pensado, o
nunca quiso pensar. Si volvía a abrirse, no solo permitiría pasar a
sentimientos como lo eran sus compañeros: el dolor y la soledad. También le
daba paso a la felicidad a la que se había negado hace diez años atrás, aprisionándose
ella misma en el infierno que era su monótona vida.
Romina Ibarra.